miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿En realidad será un final feliz?


La decisión de Eric por morir el mismo día en que nació, y cada uno de los detalles que rodearían y antecederían a su deceso, así como el proceso personal y familiar por el que atravesó una vez tomada la fatal determinación, quedaron inscritos en "El suicidio de un hombre feliz", un recuento íntimo de sus últimos 13 meses de vida.

A la par de la "preparación" de su final, el joven, influido por escritores existencialistas como Albert Camus y Jean Paul Sartre, así como por Friedrich Nietzsche, afinó el libro "La luz del suicidio", del que mencionó en la introducción "guarda un mensaje de muerte, pero de una muerte noble y honorable, útil y sublime".
Una vez convertido en su principal pasión, el suicidio se volvió también la trama de su propia obra personal, según se asienta en las anotaciones hechas un día previo a su partida: "Mi existencia fue como vivir mi propia novela, en lugar de sólo escribirla".
Contrario a lo que podría pensarse, el proyecto mortuorio estuvo exento de angustia; más que eso, Eric afirma el 26 de febrero de este año: "He comenzado a valorar cada detalle que por última vez viviré", y el 2 de marzo: "lo que busco es felicidad ligada a espiritualidad y elevación o superación.  Vivo para ser feliz y soy feliz para morir".
Sólo la penosa tarea de lidiar con la tristeza y el desconcierto de sus padres y hermanos, que estaban al tanto de sus planes, causaba en Eric cierto remordimiento; "Me doy cuenta que mi familia es lo más preciado que tengo  tal vez me duela dejarlos el día de mi partida", escribió el 16 de enero.
El 22 de enero, el joven decide que sea el pentobarbital su canal hacia el más allá, por considerar que dicha sustancia le proporcionará una muerte dulce y sin dolor.
Luego de emprender viajes a diversas partes de la República, vivir algunas semanas como ermitaño, meditar, despedirse paulatinamente de amigos, parientes y aficiones, y deshacerse de la mayor parte de sus pertenencias, Eric inicia su éxodo final, y para ello elige el estado de Oaxaca.
El 27 de septiembre por la noche, parte en autobús a la capital oaxaqueña con 15 mil pesos, mochila, guitarra y con la certeza de que "la muerte está cerca y voy a recibirla con la mente serena y el espíritu resplandeciente".
El 2 de octubre llega a Puerto Escondido, y luego de pasar dos días frente al mar, parte hacia su último destino: Bahías de Huatulco, sitio que considera "ideal para morir".
A unas cuantas horas de su partida, Eric escribe: "Esta es mi última noche, la última vez que contemplo a la luna resplandeciente y las estrellas".
A la mañana siguiente, en el día decisivo (6 de octubre), el diario registra; "(es) la última vez que abro los ojos; la próxima en que los cierre, será para siempre".
FIN DEL PROCESO; MUERTE SUBLIME
Son las cinco de la tarde, Eric se ubica en el balcón de la habitación, mira el océano, el viento golpea, generoso, su rostro afable; poseído por una plenitud desbordante, mira complacido su alrededor y se dice listo para emprender el vuelo: "Me marcharé junto con el sol, y mientras él, sólo se oculta, mi luz se extinguirá para siempre".
"Moriré frente al mar con una vista espectacular, vestido de blanco, mis libros sobre la mesa  el sonido de las olas como fondo".
15 minutos después, cuando el pentobarbital empieza a hacer sus primeros efectos, Eric cavila sus últimos pensamientos: "¿Es un final feliz o un final trágico?", y se responde con la certeza que da la cercanía con lo infinito: "Estos últimos meses de mi vida han sido de pura y completa felicidad. Entonces... ¡Sí, es un final feliz!"

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